Pocos artistas aparecidos en los últimos 15 años han generado reacciones tan diversas en el público, la prensa y la crítica musical como Kanye West (Atlanta, 1977). Es más, si estás leyendo esto, es muy probable que tengas ya bien formada una opinión sobre el sujeto de esta reseña y es por ello que casi se podría afirmar que Kanye es el artista más polarizante de los últimos 15 años, no solo dentro del hip-hop sino en un nivel general. Aquí el tema ya no tiene que ver sólo con la clásica dicotomía de amarlo u odiarlo, sino que la relación que uno puede tener con él conlleva un mayor grado de complejidad: se puede perfectamente detestar su imagen pública y todo lo que esta incluye (su arrogancia, sus bravatas, su habitual figuración, su megalomanía, etc.) y apreciar su música. O se le puede apreciar o aborrecer por todo eso: después de todo, Kanye es uno de esos artistas que han creado un personaje de si mismo -para bien o mal-, que mezcla la fanfarronería con la honestidad brutal, lo que lo ha hecho uno de los nombres más comunes en la prensa musical (y de espectáculos, sobre todo por sus enfrentamientos con otros artistas, su vida personal y su publicitado matrimonio con la socialité Kim Kardashian). Pero por otro lado, este es uno de esos casos en los que habría que separar hasta cierto punto artista y obra a fin de conservar cierta objetividad: si solo se le detesta por cómo es a nivel personal -o de personaje- y eso nos lleva a desdeñar su música simplemente por tal razón, estaríamos cometiendo un grave error: no hay que olvidar que este sujeto es responsable de buena parte de la música pop más imaginativa y singular de la última década. Habiendo iniciado su carrera como productor (rol que aún desempeña en sus grabaciones, complementado por muchos otros de ese rubro) y trabajando en su momento con -entre varios otros- Jay-Z, Beanie Sigel y Cam'ron, West no tardaría en pasarse al otro lado de la consola, debutando con el avasallante The College Dropout (2004), en el que su peculiar delivery -mitad rapeo, mitad canto hablado- era sazonado por beats tiznados de gospel, soul y R&B. Luego de eso proseguiría una ascendente y meteórica carrera, en la que incorporó también a su sonido una infinidad de elementos sacados de -por ejemplo- el synth-pop, la música orquestal, la electrónica y el pop, haciendo de algún modo que tan ecléctica fórmula suene coherente y convincente, tomando riesgos que la mayoría de artistas en su género no había tomado, cuestionando a traves de sus líricas tópicos varios de la sociedad estadounidense y, lo mejor, lanzando discos de gran factura como Late Registration (2005, producido por Jon Brion) y My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010), cuyo maximalismo sónico, ambición y grandes canciones lo convierten en uno de los mejores títulos de lo que va de esta década. Luego de Watch The Throne (2011), decente colaboración con su mentor Jay-Z, West lanza Yeezus (2013), que era su entrega más experimental hasta la fecha, en la que a la manera de unos Death Grips mezclaba a placer elementos sacados de la música industrial, el electro y el acid-house conformando un disco agresivo, pero en el que -si me preguntan- su consabido eclecticismo no llegaba a cuajar como en discos anteriores al margen de algunos buenos momentos. Pero viéndolo en perspectiva, eso era solo un adelanto de lo que este flamante The Life of Pablo (2016) podía ser.
Desde su propia y accidentada génesis, se podía intuír que The Life of Pablo (cuya grabación fue realizada durante los últimos 3 años en lugares como Italia, México y Canada, además de USA) iba a ser un álbum particularmente guiado por los caprichos de Kanye: su lanzamiento fue retrasado varias veces entre mediados del 2015 e inicios del 2016, lo que también incluía cambios en el tracklist, la secuencia de los temas y hasta en su mismo nombre, hasta que finalmente se editara el 18/02 a través de la plataforma digital Tidal. El resultante es un álbum que si bien a nivel musical conserva algo del abrasivo minimalismo que poseía Yeezus, es incluso más disperso a nivel de beats y producción (por lo que es un poco difícil florear sobre él haciendo referencia a aspectos generales), aunque haciendo cierto énfasis en un aspecto melódico que casi no aparecía en aquel. Desde el (buen) inicio con el gospel marciano de "Ultralight Beam" (con exultantes coros de iglesia y un buen verso cortesía de Chance The Rapper), la constante aquí será el oír a Kanye manipulando elementos a su antojo y metiendo tantas ideas en las canciones que si no se les oye con cierta atención parecen como un conjunto de fragmentos dispuestos de forma aleatoria - ese es basicamente su método de trabajo aquí (un primer ejemplo de eso es "Father Stretch My Hands", partes 1 y 2). No obstante eso, en la primera mitad encontramos temas destacables como "Famous", que tiene la voz invitada de Rihanna (versionando a Nina Simone), cariñosas líneas dedicadas a la popstar Taylor Swift que le echan más leña al fuego de su mediática rivalidad ("I made that bitch famous" - todo un caballlero), una buena base cortesía de Swizz Beatz y un feliz sampleo de "Bam Bam" de Sister Nancy, que vuelven al track uno de los más fácilmente aprehensibles del disco. "Feedback" retoma la agresividad de Yeezus, con sonoridad electro y un belicoso delivery de West ("wake up nigga, wake up!") que son de los mejores que le he oído, y "Freestyle 4" se sirve de un sample de Goldfrapp para crear un clima tenebroso y de cine noir, algo inédito dentro de su discografía. La concisión de "Highlights" conspira para el disfrute de dicho track -a pesar de tener una estructura un tanto bizarra-, a lo que contribuye un ágil rapeo de Young Thug, un buen beat y versos de Kanye sobre su deseo de usar una GoPro en la p**** (!). Tomando en cuenta que éste es un disco de West la inevitable cuota de autoindulgencia también aparece: "Low Lights" (breve interludio en plan spoken-word de religiosa connotación) y "I Love Kanye" (auto-referencial skit que es el instante de mayor humor en el disco) podrían obviarse sin que el conjunto se resienta en lo absoluto. Si el primer tramo de The Life of Pablo se sostiene en los buenos pasajes ya mencionados, a pesar de ese carácter inconexo que irónicamente lo hacen sonar eficaz y sorpresivo, en la segunda mitad la revolución del álbum definitivamente se ralentiza y todo adquiere un tono más meditabundo: "Waves" retoma la impronta gospel y tiene gancheros versos del -por otro lado- impresentable Chris Brown. "FML" tiene otro pegajoso hook a cargo del soulero The Weeknd y un buen rapeo de Kanye superpuestos a un beat más bien monótono. "Real Friends" es otro punto alto del disco, con su mecánica base y su piano loopeado, con líricas de West que parecieran ser honestas y sentidas. "Wolves" y "30 Hours" tienen un sabor a guiso a medio cocinar y me parecen un poco ralas y repetitivas para su propio bien, durando más de lo que deben y son tracks de los que podría prescindir, aunque en la parte final la dinámica "No More Parties in LA" (en la que Kanye intercambia versos con Kendrick Lamar, el nuevo niño mimado del hip-hop) con su marcado bajo y beat funky de onda old-school y "Facts (Charlie Heat Version)" con su amenazante synth y esos sutiles sampleos sacados de "Street Fighter" le devuelven al disco algo del momentum perdido (no sabría definir bien que es "Fade", el tema de cierre, ¿un electro-calypso? ni idea).
The Life of Pablo (el tal Pablo es al parecer un alter-ego de Kanye) es, al margen de sus momentos destacables, un disco complicado de juzgar como totalidad, es tan volátil y disperso que parece ser diseñado para el shuffle-listening y, como tal, no habría mucha necesidad de oírlo en integridad o al menos en el orden que es presentado: pareciera estar conformado más por pedazos y retazos que por canciones propiamente dichas, dando la impresión de que West nos estuviera presentando el avance de sus pesquisas más que un trabajo totalmente terminado (los retrasos y dudas de su autor previas a su lanzamiento pueden sugerir eso), una suerte de collage caprichoso de ideas, un experimento de ensayo y error. Incluso aunque le tengo mis reparos a Yeezus, aun con todo su feísmo y agresividad, es un trabajo de mayor cohesión que éste y con un norte claro, pero hay varios temas y pasajes en TLOP que me gustan más que las de aquel y que crean una curiosa recordación, por lo que lo he estado oyendo la última semana casi en non-stop; de repente así funciona su peculiar arquitectura. Pablo es ambicioso, impredecible, expansivo, caótico y audaz, cualidades todas que aplican al mismo Kanye West y reflejan su constante búsqueda de nuevos derroteros sónicos, siguiendo su particular y caprichosa musa. ¿A tomar o dejar? quizá, pero fuera de subjetividades y reparos, hay que darle crédito al tipo -a pesar de si mismo- por intentar hacer algo diferente dentro de la música pop actual.
LesterStone
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