La aparición en escena de La Lá a inicios de esta década se dio en un contexto en el que el formato clásico de cantautor, al menos en su versión acústica y con alguna base en lo hecho de forma reciente en el indie folk gringo, comenzó a cobrar cierto empuje en nuestro medio. Es así que artistas como
Alejandro y María Laura,
Danitse,
Kanaku y El Tigre o
Camilo Vega tomaron dicha influencia para fusionarla y adaptarla a música y contenidos que respondían a sus particulares necesidades de expresión, lo cual en algunos casos cosechó buena respuesta a nivel crítico (tanto fuera y dentro de nuestro país) como de público. Pero al igual que con varios de los ya mencionados, lo de encasillar a
La Lá (nacida en Lima como Giovanna Nuñez) dentro de un estilo folk no solo es inexacto, sino que es reduccionista para una propuesta que, partiendo de la libertad que le otorga una formación musical autodidacta, apunta en varias direcciones, lo que fue palmario desde que sus canciones empezaron a aparecer de a pocos en plataformas virtuales como YouTube (hay un EP editado artesanalmente en el 2010 que parece ser inubicable) y que mostraban en ella a una cantautora sensible y con un singular universo temático, lo que luego de algún tiempo de espera al final cobro fruición en
Rosa (Independiente, 2014), su disco debut, con temas de ecléctica naturaleza que sus acústicos arreglos y cálida voz ayudaban a hermanar y que lo convirtieron en uno de los álbumes locales más celebrados de los últimos años. En el caso de
La Lá, el detalle de la voz viene a ser un elemento clave al referirse a ella y sus creaciones; no hay duda en que si bien el suyo no es de esos registros privilegiados, al componer los temas a su medida le permite darle a cada uno de ellos la expresividad justa al cantarlos, por lo que las ideas o sentimientos que desea transmitir son más palpables y resultan más sinceros para el oyente. Eso, sumado a lo heterogéneo (entre lo lúdico y dramático) del material permitían tener una expectativa justificada para lo que sería el próximo álbum de la cantautora, aunque entonces no sabíamos que éste también iba a tomar algún tiempo en aparecer.
Según lo expresado por
La Lá en la semana previa a su lanzamiento,
Zamba Puta (Independiente, 2017) -cuyo sulfuroso título temí que le atrajera nombradía no deseada a la artista y a su nuevo lanzamiento- engloba un concepto que su autora vincula a la desigualdad y violencia que se ejerce a diario contra la mujer, muchas veces de forma disimulada (tema sensible que ha estado en el tapete en los últimos años y no sólo en nuestro país). Debo admitir que no es algo que en este caso me resulte tan evidente al repasar las letras, ya que mi aproximación a la música no es necesariamente textual (como si debe serla para muchos que noten la directriz que Nuñez busca darle a estas canciones). Lo que si salta rápidamente al oído al dar play es nuevamente el detalle puesto en los arreglos de cada tema, en los que al acusticismo ya acostumbrado se le ha agregado un sutil acompañamiento de vientos, cuerdas, percusiones e instrumentos eléctricos, que enriquece las delicadas composiciones incluidas para la ocasión (buen aporte de
Juanito el Cantor, músico argentino que co-produce aquí y que también trabajara en
La Casa No Existe, el más reciente y logrado álbum de
Alejandro y María Laura). Esto se aprecia desde el inicio con "Bebés", que sorprende por su arreglo marcadamente jazzy (se podría tararear los
heads de
"My Favorite Things" o
"Take Five" encima de la intro) aunque no por su lírica, en la que su autora vuelve a mostrar ese tono romántico/naíf tan suyo y que rezuma en muchos pasajes aquí. La fijación de
La Lá por la MPB (presente en pasajes de
Rosa como "Hiedra" o "Mamifera") se reitera aquí en "Cornamenta", en la que incluso se anima a cantar versos en el idioma de Pelé, y en canciones como "Linda Bler" o "Leche Tibia", en los que se acerca al estilo moderno de artistas como
Adriana Calcanhotto o
Marisa Monte. La dulce y abolerada "Caramelo" y la minimalista "Primor" (sólo voz y contrabajo entonando una letra que hará fruncir el ceño a algunas feministas) eran temas ya conocidos de su repertorio incluso desde antes de la aparición de su debut (y que por alguna razón misteriosa no incluyó ahí) que encuentran por fin su lugar en versiones definitivas. La recta final del álbum incluye a mi entender dos de sus pasajes más destacados: "Entera" es un tema de arreglo mínimo y aire doliente que contiene una de sus mejores interpretaciones vocales (con un falsete que parece cortar el aire y precisos cello y corno francés) y "La Felicidad", que cierra el disco, es un jubiloso vals criollo que le hace honor a su título y que parece ser la contracara de "Selva Negra" (de
Rosa), recordando al igual que aquel a la estilizada impronta de
Chabuca Granda (lo cual no es poco decir). A pesar de su brevedad, que invita a darle constantes
replays pero que también nos obliga a pedirle a La Lá mas canciones pronto,
Zamba Puta es un conjunto que la ratifica como una rara avis dentro de la escena limeña, haciendo música personalísima y de atemporal acabado, pero que a la vez posee el suficiente atractivo como para congregar a diverso tipo de público. No sabría si llamarle necesariamente un disco "de madurez" (cliché que suele aparecer en reseñas de segundos o terceros discos), pero aun sin contar con proto-hits como
"Animales" o
"Mango", es de todos modos la sólida confirmación de un singular talento al que conviene no perderle la pista. El gusto es nuestro.
LesterStone
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